3 Concepto de coreografía adaptado a la educación

La Danza y las Actividades Coreográficas en la Enseñanza

Deposito legal C-802/2001. ISBN 84-699-4973-X

 Concepto de coreografía adaptado a la educación

Cuando se habla de coreografía, lo que se evoca es un producto acabado, la culminación de la danza como disciplina artística. En esta definición se adivinan algunas características de las coreografías en las que merece la pena extenderse para comprender mejor su valor educativo.

Llevar a feliz término una coreografía concebida por el profesor o imitada de fórmulas televisivas nos permite un éxito inmediato. Esta forma de actuar, que nos recuerda anticuadas actitudes magistrales o una enseñanza fundamentada en la reproducción de modelos, supone desvirtuar la naturaleza de la educación llevando la Educación Física hacia posturas conservadoras y reproductoras que nada tienen que ver con el compromiso de atender la educación de las emociones, la sensibilidad y la creatividad propia de una materia expresiva.

Por eso, en el concepto de la coreografía como producto final hay un enfrentamiento con la idea de la educación compartida con el alumno y un proceso susceptible de revisión y aprendizaje. Pero esta discordancia que se da entre la idea de coreografía como producto y la importancia del proceso en la educación de la expresividad de los alumnos, no nos debe hacer dudar del interés de la coreografía como elemento educativo. La coreografía acabada y lista para ser representada es, a nuestro modo de entender, uno de los momentos más emotivos e intensos de los que los alumnos viven en su educación.

Para que la creación de coreografías tenga interés como acto educativo, estas deben ser el resultado de un proceso de construcción en el que, el desarrollo debe responder a dos características fundamentales:

—Por una parte, se realiza a partir de ideas y representaciones previas. Es decir, de conocimientos ya adquiridos o que se adquieren en el transcurso del aprendizaje. No tiene sentido la creación de una coreografía que no se corresponda con la necesidad de asentar conocimientos previos.

—Por otra parte, es un proceso de implicación total del alumno, donde intervienen activamente sus actitudes, expectativas y emociones,

 

La improvisación, nexo entre el proceso y el producto

En la concepción contemporánea de la danza, trazar una línea que relacione improvisación y coreografía no es una osadía, aunque los conceptos y las actividades que explican, se hayan considerado durante mucho tiempo difíciles de conjugar. En contra del concepto de improvisación como un proceder exento de rigor o valor formativo, en la educación, este procedimiento describe una actividad que exige una gran implicación con el conocimiento de quien improvisa. En palabras de Monik Bruneau (1995), la improvisación es “una actividad lúdica que exige de las personas que danzan reaccionar espontáneamente a un estímulo o a una consigna, bebiendo de sus propias fuentes (lo vivido en danza, la memoria sensorial, la sensibilidad, la creatividad…) lo que necesita para generar, según los casos, movimientos, sonidos, palabras...” Es decir, improvisar, como no puede ser de otra manera, exige la consolidación de aprendizajes, en el caso que nos ocupa, de aprendizajes expresivos.

Aunque tradicionalmente se haya considerado que la tarea de bailar era propia del que baila y la elaboración coreográfica responsabilidad del coreógrafo, en la actualidad, la necesidad de mantener viva en la danza la expresión de las emociones del bailarín, ha hecho que, en muchas ocasiones, ese camino entre los impulsos emotivos de la improvisación y la organización coreográfica, sea recorrido con mayor intervención del interprete.

Son muchas las aportaciones en este sentido de implementación de coreógrafos y bailarines. Podemos poner como ejemplo la aportación de Doris Humphrey (1895-1958), contemporánea de Martha Graham, que, tras desarrollar sistemáticamente el concepto coreográfico de la danza, relacionando el espacio, el entorno y al grupo de bailarines, sus inquietudes derivan hacia la preocupación por la expresión de los sentimientos del bailarín, y construye las coreografías a partir de las improvisaciones de los bailarines, pensando en sus necesidades de expresión. Esta forma de trabajo ha sido seguida por numerosos creadores hasta borrar, en muchos casos, la línea de separación entre coreógrafo e interprete. A esto me refería al decir que no era una osadía relacionar linealmente la idea de improvisar y coreografiar. Sin embargo, creo que esta relación merece algunas explicaciones más.

La improvisación, según el origen etimológico del término, se explica como lo imprevisto y lo presentido, y si nos situamos en el mundo del arte, según Patrice Pavís (1993), sería la “técnica de actuación donde el actor representa algo imprevisto, no preparado de antemano e inventado al calor de la acción". Es, pues, el primer impulso del creador, la reacción espontánea a un estímulo, mientras que cuando hablamos de la coreografía hablamos del producto elaborado.

En la educación de la expresión corporal y en algunos momentos de la danza, la improvisación aparece cuando se indaga en las posibilidades del propio sujeto por medio de análisis exploratorios o la busca de la creatividad, cuando nos dejamos llevar por los estímulos que percibimos o cuando simulamos sentimientos. Aprender a improvisar, es aprender a no inhibir los movimientos que provienen del cuerpo, y a mantener toda la atención en la intención de generar movimiento y de actuar sobre su poder de expresión. La improvisación aparece en distintos momentos del proceso educativo en danza, cada vez con una estructura más firme y relacionada con las ideas coreográficas: imágenes, argumentos, motivos, etc. (Bruneau, M. 1995).

Improvisación y coreografía son, pues, dos conceptos, relacionados con la danza, que se encuentran en caminos distintos del mismo proceso educativo, relacionados por la necesidad de mantener la expresión viva en el producto que se mostrará a los demás.

Así que antes de continuar hablando de las actividades coreográficas en la escuela, proponemos otro concepto de coreografía que se ajuste un poco más a nuestra idea de cómo se integra esta actividad en la educación. Entendemos que una coreografía es un momento (no necesariamente la culminación) de un proceso educativo basado en la danza, en el que su autor y/o interprete plasman una idea, es decir se expresan ante los demás y ponen intención artística en la forma en que lo hacen.