Luciano González Sarmiento
Expresión Corporal. Luciano González Sarmiento (1937)
Su docencia, compleja y exigente, llegó a mi vida en el momento justo. No sabía hacia donde mirar, estaba como un marrano en un patatar, no sé si las patas arriba o arriba de las patas, y aquella propuesta que desarrolló Luciano el primer día de clase de Expresión Dinámica, sobre la necesidad de estructurar un cuerpo fragmentado, producto de una época y una educación castradora, y hacerlo a partir de la comprensión del valor expresivo del cuerpo para, como resultado, entender a los demás y a uno mismo, me sonó bien y me aplique a ello convencido de que de aquella idea podría salir algo bueno.
Independientemente del esfuerzo que tuviera que hacer para comprender lo que quería decir, tuve que situarme en el lado de quienes se decidieron por escucharle porque, en cuanto dijo que las clases eran voluntarias, un grupo desconectó de aquella intención. Y no por no esforzarse, que de voluntad y energía estábamos sobrados todos, sino porque aquello no encajaba en su idea de lo que había que aprender en los estudios de Educación Física. Vamos, que no era su momento, porque algunos de los que dieron de lado la clase, muchos años después pensaban que debían haberle escuchado. Otros no.
Ante las manifestaciones de incomprensión y duda Luciano era inasequible al desaliento. Después de las numerosas deserciones, el grupo que asistíamos con asiduidad no siempre entendíamos aquellas dinámicas en las que la responsabilidad de la acción recaía en nuestras decisiones y dependían de lo que hubieramos entendido de la consigna de trabajo. Conceptos nuevos para nosotros con los que se contruían discursos, al principio auténticos galímatias, en los que se escondían arcanos. Ahora, tantos años después, pienso que no los entendíamos de puro simples que eran.
—Ocupar el espacio y, partiendo del silencio y la quietud, moveos siguiendo la percepción de lo que oigáis de la música y de lo que sintáis en ese momento.
Tan acostumbrados estábamos a responder con técnicas a las ordenes o las técnicas aprendidas previamente, que nos debía parecer más fácil aprender a bailar un tango o un pasodoble que dejarnos llevar por nuestras decisiones.
Así, una y otra vez, reclamábamos instrucciones para saber que hacer y Luciano resistía:
—¡Yo no he venido aquí para organizar desfiles o bailes gimnásticos, yo lanzo una propuesta y vosotros la resolvéis!
Las variantes de como aceptamos, entendimos e interpretamos aquello debe ser tan variada como personas lo escuchamos, supongo que esa era la intención. Y así superamos aquel curso en el que los que asistíamos creamos un nuevo lenguaje físico y sintáctico en el que llegamos a entendernos y descubrimos matices de la sensibilidad que, sin esfuerzo, trascendían desde la clase a nuestro comportamiento fuera y que cambiaba la percepción que teníamos de los demás y de nosotros mismos. Y sé que era así porque, los que habían abandonado las clases al saber que podían no ir sin miedo al suspenso, cuando volvían por la clase se encontraban un grupo de personas en unas actitudes que ni entendían ni podían seguir. Cada vez estaban más lejos de lo que allí pasaba.
Yo luego, cuando acabé la carrera, fui profesor de Expresión Corporal en otra Facultad de Educación Física, y comprendí la magnitud de la osadía de dejar libertad de asistencia. También la dificultad de no acudir en auxilio de los alumnos cuando mostraban incomprensión y dudas o exigencias de formulas y técnicas que pudieran ser clasificadas como peor o mejor ejecutadas. De tal manera que el objetivo de caminar hacia la creatividad a partir de la autonomía, la libertad y la confianza en uno mismo se veía continuamente pervertido por el deseo de tener un profesor omnipotente con respuesta para todo.
En aquellas clases pudimos entender un mundo inabarcable de formas de entender y reaccionar ante la realidad. Fuimos conscientes de las interferencias del espacio-tiempo, la presencia de los demás, de nuestras emociones o los dictados, a veces imperativos, de la sociedad. Y supimos que nos podíamos movilizar para conseguir nuestros objetivos. Y lo que es más importante para el caso que estoy describiendo, que todo eso podía ser un objetivo de la Educación Física, que el movimiento en libertad en un ámbito experimental, controlado, nos daba datos para entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás.
Un objetivo que hace palidecer en trascendencia a los que hacen referencia a la salud o a la eficacia técnica y mecánica. Entre otras cosas, porque la autonomía, la confianza y la libertad también es salud. Y pasión por vivir, porque la pérdida del miedo a la ambigüedad y la confianza en tus propias decisiones, supone una extensión ampliada de la vida, que se hace más fluída, menos amenazante.
Todo lo demás sobe lo que de él aprendí esta en el libro que le dedico: La mirada furtiva.
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